La opinión de Luis Mayero, presidente de la Fundación IDIS.
Ni que decir tiene que la adherencia al tratamiento va más allá del mero cumplimiento terapéutico, puesto que conlleva la implicación directa del paciente. Es un problema de salud pública tal y como lo define la Organización Mundial de la Salud (OMS). Una correcta adherencia significa una mejora no solo en el proceso intercurrente que cada paciente pueda estar sufriendo, sino también en su calidad de vida, en su bienestar y por supuesto en la eficacia, eficiencia y efectividad de los tratamientos y recomendaciones realizadas por los profesionales sanitarios. No solo incumbe a la prescripción, sino que afecta a las recomendaciones de hábitos saludables y condiciones de vida, es decir, todo lo que supone el entorno del propio paciente.
De cifras se ha hablado mucho, desde los 125.000 millones de euros en toda Europa hasta los más de 11.000 achacables a España solo en esta materia, teniendo en cuenta tanto el gasto sanitario directo como el generado de forma indirecta… Una cifra nada desdeñable, máxime si tomamos en consideración las dificultades por las que atraviesa nuestro sistema público de salud. En cualquier caso, todo ello no hace sino ratificar la declaración de la OMS en cuanto a que este es un problema creciente, y que entre todos hemos de saber identificar, poner en valor y aplicar las medidas urgentes más específicas y necesarias.
Afirman los expertos que la adherencia al tratamiento o a las recomendaciones de orden asistencial que recibe el paciente está íntimamente ligada a la comunicación que el profesional sanitario establece y dedica a cada uno de sus pacientes. Indefectiblemente, este silogismo se encuentra perfectamente alineado con el tiempo por paciente dedicado en consulta y a la formación que el profesional ha podido adquirir en términos de comunicación eficaz, comunicación emocional y experiencia de paciente, disciplinas que permiten involucrar al ciudadano en el cuidado y gestión de su propia salud de una forma proactiva.
Dicen los gurús de la comunicación que si quieres que un individuo sepa de algo, debes informarle; si quieres que adquiera un compromiso, debes comunicarle; pero si lo que deseas es que actúe, entonces debes tratar de implicarle. En definitiva, tres escalones que vienen determinados por los mismos factores, el tiempo, el compromiso y la formación, fundamentalmente.
La falta de adherencia es un problema creciente, y entre todos hemos de saber identificar, poner en valor y aplicar las medidas urgentes más específicas y necesarias
Recientemente, ha sido publicado un estudio sobre el tiempo dedicado a consulta y los datos son muy ilustrativos. El artículo datado en la revista British Medical Journal Open determina, tras el análisis de 111 publicaciones que recogen datos de más de 28,5 millones de consultas en 67 países en un espacio de tiempo concreto, situaciones tan dispares como que el promedio de consulta va desde los 48 segundos en Bangladesh a los 22.5 minutos en Suecia. El estudio muestra una relación significativa entre la duración de la consulta, el gasto sanitario per cápita, la eficiencia del trabajo del médico y su propia motivación. El mismo análisis determina que aumentar hasta los 15 minutos el tiempo de atención al paciente en Atención Primaria podría permitir mejorar la toma de decisiones y el servicio, algo que sería deseable y que se podría ver reforzado si se redujera a su vez la carga administrativa del médico.
Este mismo estudio determina para España un tiempo medio de consulta en Atención Primaria de 13,4 minutos, por delante de otros países de nuestro entorno geográfico. Pero esta cifra supone una media, lo que quiere decir que existe una desviación evidente en función del lugar y del entorno sanitario en el que se produzca el acto médico (hay otros informes que hablan de menos de 10 minutos para consultas de atención primaria y otros casos puntuales que rebajan esta cifra a los cinco minutos e incluso a menos). Lo que es evidente es que de nuevo el tiempo dedicado a la consulta, la desburocratización de la misma y la formación del médico en técnicas y habilidades de comunicación son fundamentales para abrir espacios en los que informar al paciente sobre su enfermedad, sobre la forma de seguir un tratamiento, y sobre las recomendaciones en cuanto a hábitos saludables requiere la necesaria complicidad e implicación del paciente una vez que él es corresponsable de la gestión de su propia salud.
Un problema añadido que afronta nuestro modelo de sistema sanitario público es la propia idiosincrasia del mismo. Tanto nos han hablado de su gratuidad que nos lo hemos terminado creyendo. Parece como si la ingente cantidad de dinero que cuesta, por encima de 65.000 millones de euros, viniese de una fuente inagotable de recursos, cuando en realidad lo pagamos entre todos a través de nuestros propios impuestos. No tenemos conciencia de coste y por lo tanto nos creemos con todos los derechos y prerrogativas que una situación así implica. Lo que quiero decir es que no solo hay falta de adherencia al tratamiento por lo antes y ahora expuesto, sino que también hay falta de adherencia a las propias consultas, a las pruebas diagnósticas prescritas e incluso a las intervenciones quirúrgicas recomendadas.
Ante este panorama, solo se puede hablar de que la falta de adherencia en general es consecuencia de una carencia de información adecuada que motive e implique al ciudadano, de una excesiva burocratización de las consultas, de una creciente demanda asistencial, de una carencia de recursos humanos y de infraestructuras, de una falta de conciencia de gasto y, sobre todo, de una falta de previsión y abordaje del problema por parte de las diferentes administraciones sanitarias.
También hay falta de adherencia a las propias consultas, a las pruebas diagnósticas prescritas e incluso a las intervenciones quirúrgicas recomendadas
Ante esta situación no caben soluciones extemporáneas. Es necesario abordar el problema en su integridad y de nuevo se hace indispensable la utilización de todos los recursos disponibles que oferta nuestro sistema independientemente de su titularidad, pública o privada, mediante el establecimiento y programación de las sinergias necesarias entre las dos redes asistenciales una vez que España no dispone de un modelo sanitario como el Holandés (modelo Bismark) en el que hay una separación entre la financiación, que es pública, y la provisión, que es privada. El Estado en este caso determina presupuestos, destina recursos, asigna objetivos e indicadores de medida y contrata con los diferentes proveedores asistenciales el cuidado de la salud de sus ciudadanos. Finalmente, este modelo no solo es más eficiente, sino que es más apreciado en todos sus ítems por parte de la población asistida, tal y como indican los diferentes rankings elaborados en Europa.
En definitiva, y como siempre, a pesar de la conocida y demostrada bondad de la sanidad de titularidad privada en forma de resultados de salud en términos de accesibilidad en la atención sanitaria, eficiencia, resolución asistencial, etc. tampoco es cuestión de establecer rivalidades que no aportan nada, lo fundamental es trabajar conjuntamente, de forma estratégica, en beneficio de los ciudadanos y los pacientes y eso es responsabilidad de quienes nos administran y nos gobiernan. Entre todos hemos de saber dejar un legado de sostenibilidad de nuestro sistema sanitario a las generaciones futuras y esto no es posible si se siguen manteniendo posiciones que tan solo benefician a unos pocos. Es hora de despolitizar a la sanidad y de entrar en un lenguaje mucho más técnico que aporte soluciones reales a los problemas que tenemos planteados. La sostenibilidad de nuestro sistema es un gran reto de cara a futuro y solo el esfuerzo de todos podrá ser capaz de afrontarlo.